Provoca por demás esta “encantadora y dulce visita” no brindarle siquiera un vaso de agua y, por el contrario, la misma despierta en uno un inaguantable deseo de levantarle a palos para que se vaya cuando ya la escoba de pajita, golpeada tres veces con un trapo y puesta hacia arriba detrás de la puerta de la sala, contra ella no surte efectos y, entonces, sin renunciar a lo que cree tener derecho, con la parsimonia de quien realiza una eucaristía en latín, en presencia de quien sea, raya un fosforo, enciende un cigarrillo, lo estrecha en sus labios, lo aspira profundo, bota humo, carraspea un poco, se desabotona los primeros botones de la camisa, suspira hondo, se quita el sombrero, con este se abanica para espantar el calor y, arrogante, con vos de mando y como si estuviera en su casa, dice: -Comadre, un café. De quien así hablo es de Cipriano de Jesús Bustamante y Argote, de los Argote de Cartagena, como él se hace llamar. Persona esta que a la hora de ir a visitar a otra en su casa hace del social acto algo insufrible, incómodo, enfadoso y pesado por su verborrea longitudinal, abundante y tendida sin parangón en cuatro leguas y media a la redonda…Y quien en esta oportunidad padece los rigores inapetecibles de esta indeseable cortesía es doña Juana María Mercado viuda de Rodríguez, mujer tacaña, astuta, pícara, embustera, insensible, ruin y cicatera por herencia y naturaleza y quien después de un callado estupor, a la voz antojadiza de Cipriano pidiéndole café, para deshacerse de tan engorroso incordio, como contraveneno aprovecha y dice en tono por demás despectivo:
-¿Café? ¿Compadre, dijo café? Qué pena con usted. NO tengo ni una sola papeleta de café y, aunque la tuviera, tampoco tengo azúcar ni panela.
-Una mujer rica como usted, tiene para comprarse miles de bolsas de café, cientos de bultos de azúcar y cualquier cantidad de cajas de panela- contestó el visitante con voz incrédula.
-Rica, yo, ¿dice? Hoy amanecía sin cinco centavos en el bolsillo. En este instante me pueden matar por falta de dinero…¿Sabe compadre cuánto vale hacer un café? Saque la cuenta: agua, azúcar o panela; súmele el gasto del gas, el del fosforo para prender la estufa, el del detergente para lavar la olla en que lo hago, la cuarta de tela que invierte uno para hacer la bolsa coladora, el aro de alambre de la misma, la aguja y el hilo para coserla, la jarra donde se cuela, el termo donde se guarda para que no se enfríe, el pocillo donde se brinda y el pasaje de ida y vuelta a Barranquilla para comprar todo eso. Sale carísimo, carísimo.
-Usted habla como si…- -Como si nada, compadre. Es verdad. Las cosas son así…Y eso que no incluí en las cuentas los siguientes otros supuestos: el gasto del jabón y el agua al bañarme para salir a hacer el viaje, el gasto de las suelas de mis zapatillas; tengo mandarme a hacer un vestido decente para no ir a la ciudad como una cualquiera y no deje de meter alguna moneda en la compra de una gaseosa o un raspao que me provoque. Dele usted un valor al café que me pide y fíjese no más por dónde van ya las cuentas. El valor real de un café no se mide por lo que contenga el pocillo donde nos lo sirven sino por todo lo que conlleva su producción. Al dueño de la tierra le toca prepararla para sembrar la mata, podarla, esperar que para, esperar que el grano madure, recoger el fruto, secarlo, tostarlo, molerlo, empacarlo y venderlo y eso no se lo hacen gratis; todo eso es pago…Y lo mismo sucede con el azúcar o la panela, hay que sembrar la caña, dejarla crecer, cortarla, pasarla por el trapiche, fundir la miel en el ingenio y no sé qué más…Definitivamente compadre, un café, un café tiene un valor incalculable. Es por eso que ahora, por ejemplo, no lo tenemos a mano…Y faltan otras cosas…El agua para hacerlo viene de las nubes, esta cae en forma de lluvia, llena los ríos y la procesa un acueducto que la envía a las casas por unos tubos; pero…¿Qué ocurre si no llueve? Se seca el río y, siendo así, no hay agua para el café…supongamos que sí llueve, que no se seca el río, pero se daña el acueducto, habría café porque, le repito, no hay agua para hacerlo y demos por caso que nada de lo anterior ocurre, pero a usted le cortan el servicio por no pago, igual…no habría café.
Cipriano se acomodó mucho más en el taburete, miró con algo de miseria a doña Juana quien, sin darle chance, sin apaciguarse e imprimiéndole más fuerza a su sermón, enseguida le espetó esta seguidilla:
-Ahorita que llegue a su casa, compadre, encárguese de ponerle valor económico a todo lo que demanda llevarnos un café a la boca y entenderá por qué hasta esta hora, 10: 30 de la mañana, hay personas como como usted y como yo no nos hemos tomado siquiera uno. Lo más probable es que esas personas y nosotros también, nos acostemos sin probarlo. Puede que algunas sí lo prueben, ¡pero seguro ignoran todo este balance que hemos hecho…!Qué gastadera de plata¡ ¡Por Dios¡ ¡Qué gastadera¡ Mejor es no seguir porque el palo no está para café…digo, para cucharas! Así que cuando llegue, saque, saque cuentas, saque cuentas, confíe y su idoneidad para las matemáticas y tírele, tírele pluma.
Doña María Mercado viuda de Rodríguez, suspendió de pronto su versión hipotética de todos los acontecimientos domésticos que genera hacer un café casero. Cipriano de Jesús Bustamante y Argote, de los Argote de Cartagena, como él se hace llamar, en actitud típica del hombre que ha sufrido una inesperada conspiración verbal, luego de haber escuchado con detenimiento y suma atención toda esta completa disertación de alta economía familiar, sin argumentos para poner en duda la verdad, se puso de pie y antes de irse, con voz de navegante triste dijo: -Carajo comadre. Nunca creí que un amargo café pudiera valer tanto…Yo lo que quero es un té; pueda que sea más barato. -Té, té, ¿dijo té? También vale, también vale…Y con todo gusto se lo haría si tuviera, pero tampoco iba a ser posible porque ahora es que caigo en la cuenta de que esta mañanita, vinieron y me cortaron el gas…¿Té? ¡Té? ¿Dijo té? Te agradezco la visita… Walter Pimienta De mi libro “Historias de por aquí”
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